lunes, 16 de febrero de 2009

Empleo de los determinantes: Artículo / determinante masculino ante nombres femeninos

Un rasgo cuanto menos interesante, entre los muchos característicos, de nuestra lengua es la utilización de un artículo masculino ante nombres femeninos: por ejemplo, el arma .

Ahora, cada rasgo llamativo en la formación de nuestro lenguaje tiene su correspondiente explicación (regla), de la que derivan, a su vez, ciertas excepciones (algo típico de la mayoría de las reglas).

Por regla general, ante un sustantivo femenino que comienza por -a o -ha tónicas empleamos la forma masculina del artículo o determinante. Esto es así cuando se cumplen una serie de condiciones:
1º) Cuando entre el artículo y el sustantivo femenino no hay ningún otro elemento.
2º) Cuando el sustantivo, en este caso femenino, está en singular (el número también influye en esta parcela del tema a tratar).

Hay que hacer una pequeña aclaración en el uso de ciertos determinantes (algún, ningún y aquel), que en el caso de preceder a sustantivos que empiezan por -a o -ha átonas

La regla general, a la que hemos hecho mención, también se aplica a los nombres femeninos compuestos en los que el primer elemento comienza por –a átona. Una excepción de este último caso es: un avemaría / unos avemarías.
En este caso el artículo que acompaña a la forma plural sigue siendo masculino.

Acabamos de ver las condiciones que se precisan para que se cumpla el fenómeno que estamos tratando. A continuación analizaremos los casos en los que no se sigue este procedimiento, aún dándose los dos requisitos anteriores:
1º) Cuando el sustantivo es una letra del abecedario.
2º) Cuando el sustantivo comienza por –a o –ha átonas. Por ejemplo: la abeja, la alegría.
3º) Cuando el sustantivo es un nombre de mujer (en el contexto adecuado).
4º) Cuando es el nombre de una ciudad.


Fuentes de información más recurridas:

- DRAE
- Artículo de Justo Fernández López: Sustantivos femeninos con artículos el / un.
- Blog de Lengua española o bitácora de un hablante de castellano.

Gheada


Gheada


La gheada (o geada) es un fenómeno fonológico propio de la lengua gallega que consiste en pronunciar el fonema /g/ (oclusivo o fricativo velar sonoro) como /ħ/ (aspirado sordo), semejante a la hache aspirada del inglés, y en zonas costeras de menor extensión territorial también puede llegar a pronunciarse como /x/, semejante a la jota del castellano.


La gheada es un fenómeno extendido por la mitad occidental del territorio lingüístico del gallego, en las provincias españolas de La Coruña, Pontevedra, la parte más occidental de la provincia de Lugo y la mitad occidental de Orense.

Cabe decir que este fenómeno está en retroceso y con el paso del tiempo va disminuyendo su presencia en las provincias de Lugo y Orense. Según la normativa del gallego, la gheada es un fenómeno que se puede utilizar libremente en el lenguaje oral, pero nunca en el escrito. Cuando se quiere representar este sonido, se usa el dígrafo gh:

· gato --> ghato ['ħato] y se pronuncia "ghato".

· pago --> pagho ['paħo] y se pronuncia "pagho". Otra particularidad del gallego es el seseo.

Sin embargo, no se trata de errores de la lengua, sino que son admitidos por la Real Academia Gallega, mostrando así la riqueza del idioma gallego.

"Distribución geográfica del uso de la gheada y el seseo"

Un buen ejemplo que demuestra lo extendidas que están estas variantes del habla es realizar una búsqueda en google de “Galicia” y “Jalisia”. Si comparamos los resultados vemos que las entradas de Jalisia son muy numerosas pese a no ser una palabra que esté normativizada.

También cabe citar la existencia de un google gallego, “jujel “.



Como dato histórico, es importante decir que la “gheada” fue un fenómeno asociado a la gente de pueblo, considerados paletos. El castellano era la lengua de los “señoritos” que todo el mundo debía saber y usar. En la época franquista incluso en la escuela se forzaba a los niños a perder esta peculiaridad en el habla. En el relato “La lengua de las Mariposas” Manuel Rivas cuenta cómo hacían esto:


¡Xa verás cando vaias á escola! O meu pai contaba como un tormento, como se lle arrincara as amígdalas coa man, a maneira en que o mestre lles arrincaba a gheada da fala …Todas as mañás tiñamos que dicir a frase "Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo". ¡Moitos paos levamos por culpa de Ghuadalagara!

Traducción al castellano:

¡Ya verás cuando vayas a la escuela! Mi padre contaba como un tormento, como si le arrancaran las amígdalas con la mano, la manera en que los maestros les arrancaban la geada del habla...Todas las mañanas teníamos que decir la frase "Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo" ¡Muchos palos llevamos por culpa de Juadalagara!


Algunos ejemplos del uso de la gheada en la TV:



-Mareas Vivas (serie ambientada en la costa de la muerte): (2)



- Película en la que tratan de hacer fina a una joven borrando esa peculiaridad de su habla:


martes, 10 de febrero de 2009

Reseña sobre el texto “Sobre el estándar y la norma” de José Antonio Pascual Rodríguez y Emilio Prieto de los Mozos

Trata acerca de la necesidad de poseer un estándar y una norma de la lengua y de la controversia que supone dicha necesidad.

El estándar

Por un lado, nos muestra esta necesidad objetando que el lenguaje usado nunca será el estándar ni hay que obsesionarse con que esto sea así, y que los lingüistas no deben perder el tiempo en cuestiones meticulosas que no contribuyen a nada.

Nos ilustran sobre la variación lingüística como un hecho, “un atributo natural” (p.65). Para a continuación abordar la definición de estándar ligada a la noción de “prestigio, convención e historia”(p.66) de tal forma que la apreciación de la característica de “estándar” está vinculada a la que tenga la sociedad y su manera de relacionarse y enfrentarse con su propio lenguaje.

A lo largo del texto se critica la actitud de los lingüistas en relación a su excesivo rigor para con algunas tareas relacionadas con la lengua y su empecinamiento en discusiones peregrinas. Como el de dar diferente significado al término estándar así como el uso de la originalidad nominal o el casticismo como formas de aislamiento en el lenguaje.
Y el pretender que predomine el interés por cómo denominar algo por encima de estudiar su función . “Es evidente que poner nombres a los problemas no equivale a encontrar su solución”.(p.70)

El estándar “no es ni mucho menos la lengua de todos ni la lengua que se habla en cualquier ocasión”(p.73). No es ni la lengua común ni la general, el habla de la mayoría de la gente no está próxima al estándar. La lengua escrita se acerca más, pero en cualquier caso, son distintas.

Insisten los autores en advertir que la desviación entre el estándar y las variedades lingüísticas son propias de cada entorno social e incluso propias de cada individuo.

Pero una vez aceptada esta realidad, sí indican necesario la existencia de un estándar que ayude a la evolución de la lengua, “la ciencia necesita restringir el alcance de los términos que usa” (p.79) y “delimitar convenientemente el concepto de estándar no es ni mucho menos un acto de nominalismo” (p.79).

El estándar como modelo debe ayudar, por un lado a aglutinar las variedades lingüísticas y por otro a no banalizar el concepto que se tiene de la lengua.

La norma
En cuanto a la norma, los autores nos ilustran sobre cómo determinadas reglas permiten discernir lo permitido de lo no permitido en una lengua en cuanto a las elecciones gráficas, fonéticas, léxicas, sintácticas y morfológicas que el individuo tome y su grado de connivencia. Así, nos muestran ejemplos que van desde aquellos en que gramática y norma se confunden (usar “ungida” en lugar de “uncida”) y aquellos en que su uso es opinable y depende de la aceptación social de éste (decir “habían varias personas allí”).

Y nos advierten que “saber cuál es la norma prestigiada en una comunidad lingüística es importante para la propia supervivencia”(p.88) ya que “la falta de cadenas normativas no hace a los usuarios más libres”, ya que condiciona la relación con la sociedad.

Como conclusión, apelan al buen criterio de lingüistas y hablantes del español para un acercamiento, unos hacia la realidad social de la lengua y otros hacia la norma como guía social.
LENGUA ESPAÑOLA Marco Antonio García León Grupo41


RESEÑA SOBRE EL SIGUIENTE ARTÍCULO:

- Sobre el estándar y la norma, de José Antonio Pascual Rodríguez y Emilio Prieto de lo Mozos (Universidad de Salamanca).


1. EL ESTÁNDAR

Para empezar, los problemas de la lengua no pueden desaparecer intentando que todos nos expresemos igual.
A pesar de ello, los hablantes son conscientes de la lengua que ejercitan, y tienden a mejorar sus instrumentos para resolver los conflictos que se plantean. Esto es algo que se hace de notar, ya que, la evolución del lenguaje está unida a la de la cultura; de tal forma que, adoptamos o perfeccionamos nuestras capacidades instrumentales para mejorar nuestra relación con el entorno, formando de este modo la cultura.
Las lenguas no son sistemas uniformes, sino que, tienen un pasado y conviven con otras lenguas vecinas (una vecindad no necesariamente geográfica, ya que, la lengua vecina puede ser una lengua ya muerta).
Las diferencias sociales suelen manifestarse en diferencias de usos lingüísticos. Así, orientamos la construcción de nuestros mensajes guiados por lo que conocemos o presuponemos acerca de nuestros destinatarios, por nuestros conocimientos del mundo…
Por tanto, la variación no es un conglomerado de molestas interferencias, sino un arbitrio natural de los sistemas lingüísticos, la variedad en la lengua es un hecho. Ahora sí, de entre muchas posibilidades, hay variaciones generalizadas, aceptadas convencionalmente y asentadas sobre criterios de prestigio.
De esta manera, las lenguas de cultura distinguen a uno o a varios de sus dialectos, que reciben el nombre de estándar. Aunque hay que tener en cuenta, que la variedad modélica es un cruce de una o más variedades (por ejemplo: el estándar del inglés norteamericano).
Por su parte, la lengua estándar no es fácil de explicar, y los lingüistas, generalmente, no coinciden. La estandarización solo suele ser suficientemente completa en los niveles lingüísticos menos complejos; desciende en calidad y exhaustividad en terrenos como los de la construcción oracional y textual (la lengua española y su sintaxis carecen de gramáticas prescriptivas).
Al formar una lengua estándar, la etapa de codificación es la que requiere realmente el trabajo de un lingüista. Aunque, para ellos, al no ser una tarea fácil, este tipo de investigación no es su preferida, debido al antinormativismo de la lingüística de nuestro siglo.
Dejando aparte a los lingüistas y haciendo alusión a los hablantes, su competencia lingüística depende de: en primer lugar, su capacidad para decidir qué es más correcto; y en segundo lugar, los parámetros de posibilidad, adecuación y viabilidad, que definen esa capacidad.
La lingüística científica debe explicar estos parámetros, y no puede dejar de estudiarlos porque no sigan un modelo estándar, teniendo así en cuenta las valoraciones sociales; esto es así porque, como hemos dicho antes, los elementos lingüísticos que demuestran los hablantes repercuten en las lenguas.
Otro punto importante es que, el desinterés de los lingüistas crea problemas al desarrollo de la lingüística y a los lingüistas como profesionales del lenguaje. Hay autores que aseguran que “en España hay un desacuerdo generalizado respecto a otros países” (el Marqués de Tamarón).
Sin duda, uno de los grandes problemas de nuestra lengua es que, nos preocupamos más por ponerle nombre a algo que por saber como funciona. A esto se le llama inercia nominalista.
Y es que, ponerle nombre a un problema no es su solución; sino que, al contrario, muchas veces ese nombre transfiere parte de su opacidad al referente. Dos son los efectos más característicos de esta inercia nominalista: la originalidad y el casticismo.
Por un lado, la originalidad nominalista se da de forma muy variada en nuestra lingüística, dando a los términos empleados en la teoría un significado muy diferente al que le asignaron los extranjeros.
Por otro lado, las consecuencias del casticismo son menos peligrosas pero más chocantes. Este efecto consiste en acudir a nuestro glorioso patrimonio lingüístico para calcar y adaptar a nuestro justo entender los términos inventados por otros.
Estos casos derivan en consecuencias que perjudican al lenguaje en general; ya que, perdemos así posibilidades de comunicación con el resto del mundo. Esto conlleva a una dispersión terminológica: debemos avisar a los demás de nuestras variaciones o modificaciones en nuestros escritos para evitar malentendidos.

Volviendo a la lengua estándar, para profundizar más en el tema: hay distintas concepciones de lengua estándar en el resto del mundo; ésta, se utiliza en marcadas ocasiones.
El concepto de estándar de los españoles es distinto al de los demás. No se trata de lo común o general, sino que es típico de un número reducido de personas (personas cultas) Por lo que, el hecho de que la mayoría de los españoles esté próximo al estándar es falso. Aunque es cierto que, también estas personas cultas se equivocan, por ejemplo, en los debates radiofónicos.
En lo referente a las pautas de producción lingüística de los miembros de la comunidad, estas son distintas; por lo que tiene que intervenir una institución mayor.
Lo que sí está claro, es que, la sintaxis de lo escrito tiene, por lo general, poco que ver con la lengua hablada.
Otra relación sustancial, es la divergencia que reluce entre el estándar y las producciones orales (algunos defienden una mínima divergencia en nuestra lengua, y normalmente, es así; ya que, por lo general, el español escrito se aproxima al estándar, pero… ¿esto es así realmente? No).
Esto es muy cuestionado últimamente, y deberíamos hacernos una pregunta sobre el español estándar: ¿es un deseo o una realidad?
Esta pregunta se basa en las investigaciones de la disponibilidad, que sabe que el vocabulario es débil en la mayoría de los hablantes (por ejemplo: en los estudiantes universitarios).
Es cierto que, no todos podemos acercarnos lo suficiente al estándar; es aquí, donde tiene una gran importancia la buena enseñanza lingüística.
Esto es fundamental porque la variedad de referencia es la apropiada para las interacciones formales. Hay que refutar debidamente los hechos para que el estándar tenga éxito, restringiendo al máximo la capacidad de sus unidades, y aumentando, así, su exhaustividad.
Todo esto es crucial, ya que la formación y el mantenimiento de un estándar para una lengua es un fenómeno social. De manera que, la implantación de una lengua estándar requiere un lento y largo proceso (depende de razones sociales, no es algo que se improvise ni se imponga, tiene que ser aceptada socialmente).
Pero, como bien se ha dicho anteriormente, un estándar es una realidad difusa, compleja. El problema del estándar no está en describir el propio estándar, sino en saber cuál es la teoría que puede describirlo.
Para concluir con el tema del estándar, vamos a compararlo con el concepto de dialecto.
El estándar, respaldado por una norma, oficializa una opción entre muchas otras, pretendiendo unir lingüísticamente a la sociedad; mientras que, los dialectos estratifican y discriminan la sociedad (no debemos hacer de ellos una religión, no se puede obligar a nadie a practicar el seseo, por ejemplo).


2. LA NORMA

Las normas de una lengua permiten ciertas elecciones y no otras. Unas veces son claras, y otras, cuestionadas por la sociedad.
Hay rupturas (patadas) de diferente índole contra las normas. Por ejemplo: aunque los localicismos pasan desapercibidos por las personas de ese lugar, en realidad están incumpliendo una determinada norma.
Por su parte, predomina el prestigio ante la lógica, a la hora de fundamentar o crear un estándar (esa es la razón de que haya triunfado agujero y no bujero o buraco, por poner algún ejemplo).
A veces, para entender el transcurso de la lengua es preferible comprender su historia y no la gramática en sí. Y es que, saber cuál es la norma prestigiada en una comunidad lingüística es importante para la propia supervivencia.
Nos guste o no, debemos contar con la norma (algunos con poco entusiasmo, como Ignacio Bosque, que piensa que no son útiles para entender el lenguaje); ya que la norma es necesaria para vivir cómodamente en una sociedad. Estas normas variarán dependiendo de cada sociedad.
Algo muy cierto, y a la vez algo triste, es que solemos mostrar desinterés por los asuntos del lenguaje, poniendo excusas para no profundizar en él. Esto es algo compartido también por los hablantes de las demás lenguas.
Tenerla como recurso exclusivo para la comunicación conduce a la marginación; aunque, la falta de cadenas normativas no hace a los usuarios más libres, sino que, el conocimiento de una lengua condiciona la propia relación social.
A este error que solemos cometer se le llama automarginación.
A cada paso adelante le siguieron muchos otros atrás, porque las lenguas modernas orientaron la norma con la dudosa virtud de la pureza lingüística, como si cada rasgo peculiar fuera preferible a cualquier forma de contaminación por parte de otras lenguas (un ejemplo de este hecho es la letra ñ).
Resulta llamativo que se haya llegado a medir la vitalidad de una lengua por su capacidad para crear neologismos por procedimientos internos, en lugar de recurrir a préstamos de otras lenguas.
Como conclusión, decir que existen dificultades en el acercamiento a la norma por parte de los hablantes del español; se resisten al trabajo de la razón.

La connotación negativa de algunos femeninos.

Es frecuente observar que muchos femeninos tienen acepciones (generalmente de uso coloquial) que denotan negatividad, bien por ser un insulto o bien por tener algo despectivo o que sugiera algo negativo en sus definiciones. Comparemos por ejemplo estas definiciones sacadas del DRAE:


--->Zorro.

(Cf. zorra).


1. m. Macho de la zorra.

2. m. zorra (‖ mamífero cánido).

3. m. Piel de la zorra, curtida de modo que conserve el pelo.

4. m. coloq. Hombre que afecta simpleza e insulsez, especialmente por no trabajar, y hace tarda y pesadamente las cosas.

5. m. coloq. Hombre muy taimado y astuto.

6. m. Am. mofeta (‖ mamífero carnicero).

7. m. pl. Tiras de orillo o piel, colas de cordero, etc., que, unidas y puestas en un mango, sirven para sacudir el polvo de muebles y paredes.



-Zorra.

(Del port. zorro, holgazán, y este der. de zorrar, arrastrar; cf. prov. mandra, zorra, propiamente, 'mandria, holgazán').


1. f. Mamífero cánido de menos de un metro de longitud, incluida la cola, de hocico alargado y orejas empinadas, pelaje de color pardo rojizo y muy espeso, especialmente en la cola, de punta blanca. Es de costumbres crepusculares y nocturnas; abunda en España y caza con gran astucia toda clase de animales, incluso de corral.

2. f. Hembra de esta especie.

3. f. Carro bajo y fuerte para transportar pesos grandes.

4. f. prostituta.

5. f. coloq. Persona astuta y solapada.

6. f. coloq. borrachera (‖ efecto de emborracharse).

7. f. Ec. ojeriza.

8. f. Ur. Remolque de carga con cuatro ruedas de goma o más.



--->Brujo.

(De bruja).


1. adj. Embrujador, que hechiza.

2. adj. Chile. Falso, fraudulento.

3. m. Hombre al que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos del diablo.

4. m. Hechicero supuestamente dotado de poderes mágicos en determinadas culturas


El mago Merlín no era más que un brujo, un hechicero más como el que describe la acepción dada por el DRAE, pero su papel en la película "Merlín el encantador" era el de un ser amable que ayudaba a todo el que se lo pedía.


-Bruja.

(Quizá voz prerromana).


1. f. Mujer que, según la opinión vulgar, tiene pacto con el diablo y, por ello, poderes extraordinarios.

2. f. lechuza (‖ ave rapaz).

3. f. En los cuentos infantiles tradicionales, mujer fea y malvada, que tiene poderes mágicos y que, generalmente, puede volar montada en una escoba.

4. f. coloq. Mujer fea y vieja.

5. f. Cuba. tatagua.


Sin embargo, en esta imagen extraída de la película "Blancanieves y los siete enanitos" se ve como la bruja es la mala. Y la imagen de esa bruja se corresponde con la acepción que da el DRAE.


--->Asistente.

(Del lat. assistens, -entis, del ant. part. act. de asistir).


1. m. Cada uno de los dos obispos que ayudan al que consagra en la consagración de otro.

2. m. En algunas órdenes regulares, religioso nombrado para asistir al general en el gobierno universal de la orden y en el particular de las respectivas provincias.

3. m. Funcionario público que en ciertas villas y ciudades españolas, como Marchena, Santiago y Sevilla, tenía las mismas atribuciones que el corregidor en otras partes.

4. m. Soldado que estaba destinado al servicio personal de un general, jefe u oficial.



-Asistenta.

1. f. Mujer que sirve como criada en una casa sin residir en ella y que cobra generalmente por horas.

2. f. Criada seglar que sirve en convento de religiosas de las órdenes militares.

3. f. En algunas órdenes religiosas de mujeres, monja que asiste, ayuda y suple a la superiora.

4. f. Mujer del antiguo asistente (‖ funcionario público).

5. f. Criada que servía en el palacio real a damas, señoras de honor y camaristas que habitaban en él.


En todos estos ejemplos se puede observar cómo, para el caso del masculino las acepciones carecen de negatividad o incluso a veces se consideran positivas (caso de zorro). Mientras que para el femenino todas traen consigo esa negatividad. En el caso de "zorra" y "bruja" por ser considerados como un insulto y en el de "asistenta" por el sometimiento que sugiere el hecho de ser una criada.
Como estos hay muchos casos más, algunos aceptados por el DRAE y otros no, pero que sí tienen un uso coloquial. El motivo de esto proviene del machismo heredado de otras épocas hasta años no tan lejanos y que fue dejando su huella en nuestra lengua a lo largo de tanto tiempo de evolución.

lunes, 9 de febrero de 2009

"Sobre el estándar y la norma".

La lengua constituye una herramienta para solucionar problemas, para que los individuos puedan entenderse y llegar a acuerdos. Como es lógico, en el proceso de mejorar nuestras relaciones en el entorno, se van incluyendo modificaciones de la propia herramienta. Por tanto, las lenguas no son sistemas uniformes: cambian, tienen un pasado, han sufrido evoluciones; algunas veces conviven con lenguas vecinas, y en diferentes clases sociales y registros. Pese a lo que puedan opinar algunos lingüistas, esta variación no es algo negativo, según Pascual Rodriguez y Prieto de los Mozos, pues es algo que ha pasado en todas las ciencias, como la física, o la biología. Este hecho implica la distinción en una lengua, tengan uno o varios dialectos, de las pautas de expresión en situaciones formales, y sobretodo en el lenguaje escrito. Es lo que se conoce como el estándar de una lengua.
El estándar de la lengua es esa forma de la lengua que prima en cierto país, y que, aunque hayan variedades dialecticas geográficas o sociales, en todo ese territorio es utilizado para situaciones formales, o redacciones escritas. este estándar establece todas las normas sintácticas y gramaticales, que efectivamente cumplen los hablantes de una lengua cuando se encuentran en un registro formal o escrito, pero que muy pocos hablantes respetamos en la expresión oral. Por ejemplo, en la televisión, o en las entrevistas radiofónicas, el lenguaje está lleno de anacolutos, rupturas de la estructura sintáctica, de interjecciones, de expresiones a la orden del día, de frases a medias... lo cual es correcto en la lengua hablada, pero no en referencia a la lengua estándar.
En España, la lengua estándar se conoce como la utilizada como modelo, por estar normalizada, de acuerdo con las normas prescritas, como correcta. Es la que se enseña en la escuela, y la que manejan los medios de comunicación. Los autores niegan la idea de que la mayoría de hablantes de español poseen un habla próximo al estándar, por lo que acabo de comentar ( entrevistas en medios de comunicación con anacolutos y cortes repentinos de oraciones, interjecciones, etc.)
En cuanto a la norma, es la que establece cuáles son las construcciones válidas, y cuáles no. Las normas de las lenguas suelen estar dirigidas a la estandarización de éstas, estableciendo el triunfo de un determinado dialecto, de un determinado estrato social, como modelo básico de esa lengua. En efecto, al igual que sabemos que indumentaria es la más apropiada para cada ocasión, la norma establece que registros usar en cada situación, y que construcciones y palabras son correctas, y estas imposiciones no se producen por lógica, sino más bien por una cuestión de moda, de lo que dice la mayoría de hablantes. El desconocimiento de esta norma puede generar errores que nosotros consideramos garrafales, y cuya única explicación es el aprendizaje no académico, es decir, independiente de la norma. en el aprendizaje académico, los hablantes aprenden la norma y despues aprenden a aplicarla.
Fernando Alarcón García.

Reseña: Sobre el estándar y la norma.

LENGUA ESTÁNDAR

Se dice que la lengua estándar es la variedad de la lengua cuyo uso es mas formal. Unos identifican esta variedad con el lenguaje que se usa comúnmente cuando hablamos. Pero esta identificación presenta el problema de que cuando una persona habla, generalmente no respetamos las reglas sintácticas propias de la gramática de la lengua. Incluso si nos fijamos en la forma de hablar propia de personas cultas en los debates que podemos escuchar en televisión o radio, podemos observar que su forma de hablar es entrecortada, con frases a medias, interjecciones, anacolutos... Esto es propio de la lengua hablada pero no de la lengua estándar. Otros autores como Steger, asocia la lengua estándar con la lengua usada por los cultos o de los estratos superiores (caso de Jäger).
En España, algunos de nuestros tratados se refieren a la lengua estándar como: “variedad lingüística que sirve de vehículo comunicativo para cubrir todas las necesidades sociales e individuales de los miembros de una comunidad” , “variedad lingüística de una comunidad que no está marcada ni dialectal, ni sociolingüística ni estilísticamente”, “se llama lengua estándar, o lengua común, a la utilizada como modelo, por estar normalizada, de acuerdo con las normas prescritas, como correcta. Es la lengua que usan los medios de comunicación, los profesores, los profesionales, etc. La lengua estándar tiene variantes, que van desde la lengua coloquial, o lengua familiar, hasta la académica o solemne”.

LA NORMA

La norma determina que construcciones de la lengua son válidas y cuales no. Con las normas se consigue que las lenguas tengan una variedades estándar. Luego podemos afirmar que la variedad estándar de una lengua es aquella que está bajo sometimiento de las normas. Es curioso, el hecho de que los hablantes que tienen una lengua (en este caso es castellano) como segunda lengua sintetizan mejor estas normas y las usan de forma mas correcta no cayendo en los errores de vocabulario, gramaticales u ortográficos en los que si caemos nosotros, que tenemos el castellano como lengua madre. Errores como “haciera” en vez de “haga” por ejemplo. Estos errores se producen porque nosotros aprendemos la lengua como resultado de un aprendizaje no académico, mientras que en el otro caso, los hablantes aprenden el castellano de una forma académica desde el primer día. Es decir, aprenden primero las normas y después las aplican. Por el contrario nosotros acoplamos esas normas a nuestra lengua mucho después de haber aprendido a hablar.
La norma puede variar por criterios geográficos o de comunidades lingüísticas y es necesario conocerlas para poder convivir y comunicarse de forma mas eficaz en ese medio.

En conclusión, es necesaria la norma para poder acercarse al uso estándar de una lengua, pues es ella la que dicta que es lo que está bien dicho y lo que no en una comunidad de hablantes u otra. Aunque, como los autores del texto dicen, existen dificultades a la hora de acercar la norma a los hablantes del español debido a la inercia a la que estamos sometidos a la hora de expresarnos tal y como aprendimos.

Alexandre Davila.

martes, 3 de febrero de 2009

FORMACIÓN DE LOS FEMENINOS : Otras terminaciones

La formación de los femeninos en un gran número de palabras de nuestra lengua se hace mediante los morfemas de género.

Un morfema es la unidad mínima significativa del análisis gramatical; p. ej., cant-ar, casa-s, cas-ero.

El morfema de género indica si la palabra es de género masculino o femenino, género que no siempre está relacionado con la categoría biológica de sexo.

Por ejemplo: la serpiente. Cuando hay serpientes hembras y machos.

En "La Celestina" de Fernando de Rojas, podemos leer:

“con la creencia en la muerte de la serpiente macho en el apareamiento —y de
la hembra en el alumbramiento de las crías”
.

Tipos de Morfemas de género:
- -o / -.a: perr-o, perr-a
- -e / -a: asistent-e, asistent- a
- morfema cero, -o / -a: doctor , doctor -a

Otras terminaciones:
- triz: act-or / ac-triz, emperad-or / empera-triz.
- isa: poet-a / poet-isa, profet-a / profet-isa.
- esa: alcald-e / alcald-esa, marqu-és / marqu-esa.
- ina: gall-o / gall-ina, zar / zar-ina.

Estas terminaciones derivan de la herencia respecto a las lenguas antiguas: del latín o el griego. Palabras que ya vienen formadas con género femenino desde estas lenguas. Existen femeninos con estas terminaciones aceptados por la Real Academia de la Lengua Española pero que generalmente no son usadas en la lengua estándar. Ejemplo: líder / lideresa.

Sobre esta formación del femenino encontramos la siguiente entrada en el blog de Montserrat Boix.

Otros ejemplos interesantes:

Ejemplo de "guardesa".

De "Papisa":

Emmanuel Royidis (Barcelona - 2000). La papisa Juana (traducida por Estela Canto de la versión inglesa de LawrenceDurrell). Edhasa. ISBN 84-350-9979-2.

Esta historia también fue llevada al cine: "La Papisa Juana", con Liv Ullmann, como protagonista.


Por otro lado, la formación del femenino no solo se ciñe a cuestiones de variación de morfemas, existen otros tipos de palabras cuyo femenino es meramente cuestión de cambiar el género del determinante o adjetivo que lo acompaña. Estos sustantivos reciben el nombre de nombres comunes respecto al género.Ej:el / la cónyuge.
Otros sustantivos forman su femenino con el uso de una palabra completamente diferente. Estos sustantivos reciben el nombre de sustantivos heterónimos.
Ej: hombre / mujer.
En el caso de las profesiones, por regla general, se forma con el morfema "–a " pero en muchos casos utilizando la misma palabra para designar el masculino y el femenino. Aunque algunos femeninos tradicionalmente han ido unidos al significado “esposa de” o a un significado despectivo.