LENGUA ESPAÑOLA Marco Antonio García León Grupo41
RESEÑA SOBRE EL SIGUIENTE ARTÍCULO:
- Sobre el estándar y la norma, de José Antonio Pascual Rodríguez y Emilio Prieto de lo Mozos (Universidad de Salamanca).
1. EL ESTÁNDAR
Para empezar, los problemas de la lengua no pueden desaparecer intentando que todos nos expresemos igual.
A pesar de ello, los hablantes son conscientes de la lengua que ejercitan, y tienden a mejorar sus instrumentos para resolver los conflictos que se plantean. Esto es algo que se hace de notar, ya que, la evolución del lenguaje está unida a la de la cultura; de tal forma que, adoptamos o perfeccionamos nuestras capacidades instrumentales para mejorar nuestra relación con el entorno, formando de este modo la cultura.
Las lenguas no son sistemas uniformes, sino que, tienen un pasado y conviven con otras lenguas vecinas (una vecindad no necesariamente geográfica, ya que, la lengua vecina puede ser una lengua ya muerta).
Las diferencias sociales suelen manifestarse en diferencias de usos lingüísticos. Así, orientamos la construcción de nuestros mensajes guiados por lo que conocemos o presuponemos acerca de nuestros destinatarios, por nuestros conocimientos del mundo…
Por tanto, la variación no es un conglomerado de molestas interferencias, sino un arbitrio natural de los sistemas lingüísticos, la variedad en la lengua es un hecho. Ahora sí, de entre muchas posibilidades, hay variaciones generalizadas, aceptadas convencionalmente y asentadas sobre criterios de prestigio.
De esta manera, las lenguas de cultura distinguen a uno o a varios de sus dialectos, que reciben el nombre de estándar. Aunque hay que tener en cuenta, que la variedad modélica es un cruce de una o más variedades (por ejemplo: el estándar del inglés norteamericano).
Por su parte, la lengua estándar no es fácil de explicar, y los lingüistas, generalmente, no coinciden. La estandarización solo suele ser suficientemente completa en los niveles lingüísticos menos complejos; desciende en calidad y exhaustividad en terrenos como los de la construcción oracional y textual (la lengua española y su sintaxis carecen de gramáticas prescriptivas).
Al formar una lengua estándar, la etapa de codificación es la que requiere realmente el trabajo de un lingüista. Aunque, para ellos, al no ser una tarea fácil, este tipo de investigación no es su preferida, debido al antinormativismo de la lingüística de nuestro siglo.
Dejando aparte a los lingüistas y haciendo alusión a los hablantes, su competencia lingüística depende de: en primer lugar, su capacidad para decidir qué es más correcto; y en segundo lugar, los parámetros de posibilidad, adecuación y viabilidad, que definen esa capacidad.
La lingüística científica debe explicar estos parámetros, y no puede dejar de estudiarlos porque no sigan un modelo estándar, teniendo así en cuenta las valoraciones sociales; esto es así porque, como hemos dicho antes, los elementos lingüísticos que demuestran los hablantes repercuten en las lenguas.
Otro punto importante es que, el desinterés de los lingüistas crea problemas al desarrollo de la lingüística y a los lingüistas como profesionales del lenguaje. Hay autores que aseguran que “en España hay un desacuerdo generalizado respecto a otros países” (el Marqués de Tamarón).
Sin duda, uno de los grandes problemas de nuestra lengua es que, nos preocupamos más por ponerle nombre a algo que por saber como funciona. A esto se le llama inercia nominalista.
Y es que, ponerle nombre a un problema no es su solución; sino que, al contrario, muchas veces ese nombre transfiere parte de su opacidad al referente. Dos son los efectos más característicos de esta inercia nominalista: la originalidad y el casticismo.
Por un lado, la originalidad nominalista se da de forma muy variada en nuestra lingüística, dando a los términos empleados en la teoría un significado muy diferente al que le asignaron los extranjeros.
Por otro lado, las consecuencias del casticismo son menos peligrosas pero más chocantes. Este efecto consiste en acudir a nuestro glorioso patrimonio lingüístico para calcar y adaptar a nuestro justo entender los términos inventados por otros.
Estos casos derivan en consecuencias que perjudican al lenguaje en general; ya que, perdemos así posibilidades de comunicación con el resto del mundo. Esto conlleva a una dispersión terminológica: debemos avisar a los demás de nuestras variaciones o modificaciones en nuestros escritos para evitar malentendidos.
Volviendo a la lengua estándar, para profundizar más en el tema: hay distintas concepciones de lengua estándar en el resto del mundo; ésta, se utiliza en marcadas ocasiones.
El concepto de estándar de los españoles es distinto al de los demás. No se trata de lo común o general, sino que es típico de un número reducido de personas (personas cultas) Por lo que, el hecho de que la mayoría de los españoles esté próximo al estándar es falso. Aunque es cierto que, también estas personas cultas se equivocan, por ejemplo, en los debates radiofónicos.
En lo referente a las pautas de producción lingüística de los miembros de la comunidad, estas son distintas; por lo que tiene que intervenir una institución mayor.
Lo que sí está claro, es que, la sintaxis de lo escrito tiene, por lo general, poco que ver con la lengua hablada.
Otra relación sustancial, es la divergencia que reluce entre el estándar y las producciones orales (algunos defienden una mínima divergencia en nuestra lengua, y normalmente, es así; ya que, por lo general, el español escrito se aproxima al estándar, pero… ¿esto es así realmente? No).
Esto es muy cuestionado últimamente, y deberíamos hacernos una pregunta sobre el español estándar: ¿es un deseo o una realidad?
Esta pregunta se basa en las investigaciones de la disponibilidad, que sabe que el vocabulario es débil en la mayoría de los hablantes (por ejemplo: en los estudiantes universitarios).
Es cierto que, no todos podemos acercarnos lo suficiente al estándar; es aquí, donde tiene una gran importancia la buena enseñanza lingüística.
Esto es fundamental porque la variedad de referencia es la apropiada para las interacciones formales. Hay que refutar debidamente los hechos para que el estándar tenga éxito, restringiendo al máximo la capacidad de sus unidades, y aumentando, así, su exhaustividad.
Todo esto es crucial, ya que la formación y el mantenimiento de un estándar para una lengua es un fenómeno social. De manera que, la implantación de una lengua estándar requiere un lento y largo proceso (depende de razones sociales, no es algo que se improvise ni se imponga, tiene que ser aceptada socialmente).
Pero, como bien se ha dicho anteriormente, un estándar es una realidad difusa, compleja. El problema del estándar no está en describir el propio estándar, sino en saber cuál es la teoría que puede describirlo.
Para concluir con el tema del estándar, vamos a compararlo con el concepto de dialecto.
El estándar, respaldado por una norma, oficializa una opción entre muchas otras, pretendiendo unir lingüísticamente a la sociedad; mientras que, los dialectos estratifican y discriminan la sociedad (no debemos hacer de ellos una religión, no se puede obligar a nadie a practicar el seseo, por ejemplo).
2. LA NORMA
Las normas de una lengua permiten ciertas elecciones y no otras. Unas veces son claras, y otras, cuestionadas por la sociedad.
Hay rupturas (patadas) de diferente índole contra las normas. Por ejemplo: aunque los localicismos pasan desapercibidos por las personas de ese lugar, en realidad están incumpliendo una determinada norma.
Por su parte, predomina el prestigio ante la lógica, a la hora de fundamentar o crear un estándar (esa es la razón de que haya triunfado agujero y no bujero o buraco, por poner algún ejemplo).
A veces, para entender el transcurso de la lengua es preferible comprender su historia y no la gramática en sí. Y es que, saber cuál es la norma prestigiada en una comunidad lingüística es importante para la propia supervivencia.
Nos guste o no, debemos contar con la norma (algunos con poco entusiasmo, como Ignacio Bosque, que piensa que no son útiles para entender el lenguaje); ya que la norma es necesaria para vivir cómodamente en una sociedad. Estas normas variarán dependiendo de cada sociedad.
Algo muy cierto, y a la vez algo triste, es que solemos mostrar desinterés por los asuntos del lenguaje, poniendo excusas para no profundizar en él. Esto es algo compartido también por los hablantes de las demás lenguas.
Tenerla como recurso exclusivo para la comunicación conduce a la marginación; aunque, la falta de cadenas normativas no hace a los usuarios más libres, sino que, el conocimiento de una lengua condiciona la propia relación social.
A este error que solemos cometer se le llama automarginación.
A cada paso adelante le siguieron muchos otros atrás, porque las lenguas modernas orientaron la norma con la dudosa virtud de la pureza lingüística, como si cada rasgo peculiar fuera preferible a cualquier forma de contaminación por parte de otras lenguas (un ejemplo de este hecho es la letra ñ).
Resulta llamativo que se haya llegado a medir la vitalidad de una lengua por su capacidad para crear neologismos por procedimientos internos, en lugar de recurrir a préstamos de otras lenguas.
Como conclusión, decir que existen dificultades en el acercamiento a la norma por parte de los hablantes del español; se resisten al trabajo de la razón.
martes, 10 de febrero de 2009
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