martes, 10 de febrero de 2009

Reseña sobre el texto “Sobre el estándar y la norma” de José Antonio Pascual Rodríguez y Emilio Prieto de los Mozos

Trata acerca de la necesidad de poseer un estándar y una norma de la lengua y de la controversia que supone dicha necesidad.

El estándar

Por un lado, nos muestra esta necesidad objetando que el lenguaje usado nunca será el estándar ni hay que obsesionarse con que esto sea así, y que los lingüistas no deben perder el tiempo en cuestiones meticulosas que no contribuyen a nada.

Nos ilustran sobre la variación lingüística como un hecho, “un atributo natural” (p.65). Para a continuación abordar la definición de estándar ligada a la noción de “prestigio, convención e historia”(p.66) de tal forma que la apreciación de la característica de “estándar” está vinculada a la que tenga la sociedad y su manera de relacionarse y enfrentarse con su propio lenguaje.

A lo largo del texto se critica la actitud de los lingüistas en relación a su excesivo rigor para con algunas tareas relacionadas con la lengua y su empecinamiento en discusiones peregrinas. Como el de dar diferente significado al término estándar así como el uso de la originalidad nominal o el casticismo como formas de aislamiento en el lenguaje.
Y el pretender que predomine el interés por cómo denominar algo por encima de estudiar su función . “Es evidente que poner nombres a los problemas no equivale a encontrar su solución”.(p.70)

El estándar “no es ni mucho menos la lengua de todos ni la lengua que se habla en cualquier ocasión”(p.73). No es ni la lengua común ni la general, el habla de la mayoría de la gente no está próxima al estándar. La lengua escrita se acerca más, pero en cualquier caso, son distintas.

Insisten los autores en advertir que la desviación entre el estándar y las variedades lingüísticas son propias de cada entorno social e incluso propias de cada individuo.

Pero una vez aceptada esta realidad, sí indican necesario la existencia de un estándar que ayude a la evolución de la lengua, “la ciencia necesita restringir el alcance de los términos que usa” (p.79) y “delimitar convenientemente el concepto de estándar no es ni mucho menos un acto de nominalismo” (p.79).

El estándar como modelo debe ayudar, por un lado a aglutinar las variedades lingüísticas y por otro a no banalizar el concepto que se tiene de la lengua.

La norma
En cuanto a la norma, los autores nos ilustran sobre cómo determinadas reglas permiten discernir lo permitido de lo no permitido en una lengua en cuanto a las elecciones gráficas, fonéticas, léxicas, sintácticas y morfológicas que el individuo tome y su grado de connivencia. Así, nos muestran ejemplos que van desde aquellos en que gramática y norma se confunden (usar “ungida” en lugar de “uncida”) y aquellos en que su uso es opinable y depende de la aceptación social de éste (decir “habían varias personas allí”).

Y nos advierten que “saber cuál es la norma prestigiada en una comunidad lingüística es importante para la propia supervivencia”(p.88) ya que “la falta de cadenas normativas no hace a los usuarios más libres”, ya que condiciona la relación con la sociedad.

Como conclusión, apelan al buen criterio de lingüistas y hablantes del español para un acercamiento, unos hacia la realidad social de la lengua y otros hacia la norma como guía social.

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